domingo, 25 de octubre de 2009

Julio del 2009, Capital Federal


Las elecciones se acercaron de la mano de una nueva enfermedad mundial. Dos temas se hacían protagonistas, por un lado se escuchaban las promesas políticas a futuro y por el otro la incertidumbre causada por una enfermedad desconocida que emergía entre el pánico de la gente.
Ese día me dirigí hacia la unidad policial con el objetivo de denunciar que no iba a poder votar por razones de distancia. En el trayecto, a bordo del colectivo 65, las personas se trasladaban inmóviles, con sus rostros tiesos y sus bocas apretadas, parecían buscar el mínimo contacto con su exterior. Todos se miraban, unos a otros, como haciendo chequeos médicos con la mirada. Alguno que otro aparecía con una bufanda que le tapaba la mitad de su rostro, dejando descubierto sólo sus ojos, tapando su identidad de la misma manera que en otras situaciones lo hubiese hecho un delincuente. En la entrada de la unidad había una cuadra de personas afiladas, algunas portaban el tan nombrado señor barbijo y se exponían ante las miradas de los otros sin ningún disimulo, casi con un actitud de soberbia y seguridad en su actuar.
Un día después… ya había ganado el Pro y ahora las voces de la precaución emergían desde todos los parlantes, desde todas las imágenes, se adentraban en mi casa y alertaban sobre la expansión del terrible virus. Los periodistas recomendaban no salir a lugares públicos cerrados, los médicos recorrían casi todos los programas; las personas llamaban para opinar, contar sus experiencias personales y sus miedos; las propagandas pedían tomar las precauciones necesarias para no contraer la enfermedad; los periodistas a cada rato repetían el número de víctimas, contaban los muertos como goles; mientras tanto la presidente pedía calma… todas esas voces públicas entraron en mi casa el último mes de julio, pero esas voces también se unían a las más cercanas, las de conocidos que por teléfono, chat, mails, a penas saludaban, me hacían algún comentario sobre la terrible gripe… Todos parecíamos unidos con un mismo tema, algunos más trágicos, otros más irónicos, pero casi todos hablaban de lo mismo. Escuché, hablé, comenté, me lavé las manos 24 veces al día, dejé las ventanas abiertas, compré alcohol en gel y desinfectante, no salí a ningún lugar público y cerrado… mientras tanto seguí con la radio prendida. A los pocos días de estar prácticamente encerrada, como cumpliendo mi auto-arresto domiciliario, decidí callar todas esas voces que entraban en mi casa y me trasladé hacia lo incierto que se encontraba afuera con la intención de recuperar un poco de libertad en mis movimientos y en mis decisiones. En las calles había más tranquilidad que adentro, no se escuchaba a nadie hablando, habían pocos autos y pocas personas caminando, alguna que otra se me cruzaba por el camino, pero distante. Cuando me encontré con un amigo me miro como que si fuera una desconocida, analizándome y a la vez poniendo un límite de distancia, parecía como si fuera una criminal con un arma…